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Informe | Vulneración de derechos humanos de las personas migrantes en Canarias 2024: Criminalización, detención e infancia
Informe completo aquí.
Prefacio por Blanca Garcés: Muerte en la frontera
En su libro Esperando a los bárbaros, el escritor sudafricano J.M. Coetzee describe un Imperio que, ante rumores de invasión por parte de las poblaciones autóctonas del otro lado de la frontera, enloquece. Su locura pasa por responder de forma desproporcionada, porque de hecho los bárbaros nunca llegan. Pasa también por el ejercicio sistemático de la violencia, justificado por un discurso maniqueísta entre buenos y malos que niega al otro cualquier tinte de humanidad.
La frontera europea no está lejos de ese Imperio descrito por Coetzee. En estas fronteras exteriores hemos presenciado (y documentado) muertes por omisión de las guardias costeras y muertes por acción de las fuerzas policiales. Mueren más personas en nuestras fronteras exteriores que en la guerra de Ucrania. También asistimos diariamente a devoluciones en caliente, antes aprovechando la oscuridad de la noche y con los rostros cubiertos, desde hace unos años también en plena luz del día y con los medios de comunicación delante. Los Estados parecen haber perdido el pudor: sus prácticas ilegales en frontera se han convertido en normalidad, tal es su sentido de impunidad.
Con el cruce de la frontera, la llegada incluye de forma creciente la recepción en centros cerrados. Tal como documenta rigurosamente este informe, pasa también por detenciones en centros penitenciarios, las de aquellos que han sido identificados supuestamente como traficantes. Los que no son detenidos se encuentran a menudo o en la intemperie de la irregularidad o con una acogida que no siempre cumple con los mínimos estándares. Esto incluye también familias y la infancia no acompañada. Como recoge este informe, la saturación de los centros de acogida de menores en las Islas Canarias vulnera derechos fundamentales y, en el medio plazo, los vulnerabiliza doblemente.
¿Cómo explicar tanta dejadez, tanta impunidad y tanta violencia en la frontera? La razón de fondo, no muy alejada del relato de Coetzee, es que – tal como nos recuerda el escritor camerunés Achille Mbembe – el pensamiento moderno occidental opera sobre líneas simbólicas que dividen lo humano de lo subhumano, de manera que las prácticas inhumanas – en el pasado la esclavitud y el colonialismo, en el presente la violencia en frontera – no comprometen los principios humanos, porque se ejercen sobre ese otro, el de fuera, el ajeno.
Esta violencia no es porque sí. Para los de dentro, pretende restablecer la sensación de control y, por lo tanto, de seguridad. En parte, en eso consiste la “teatralización” de la frontera. Para los de fuera, es sobre todo un mensaje: ¿si saben que pueden morir por el camino, que no siempre van a ser rescatados, que no necesariamente van a ser bienvenidos o acogidos y puede que incluso sean retornados, por qué salir? El mensaje que llega de vuelta, por parte de las personas inmigrantes, es igual de nítido: porqué en muchos casos no hay alternativa y más vale correr el riesgo que quedarse.
A todo ello se ha unido un discurso que culpabiliza a los llamados traficantes de todos los males de la frontera. El argumento es que son ellos quienes convencen a los migrantes, quienes se enriquecen de su precariedad, quienes ponen sus vidas en peligro, incluso abandonándolos en medio del mar. Cuanto más inhumano y salvaje se presenta el otro lado, el de los traficantes, más humana y falta de responsabilidad pasa a ser vista la frontera europea. Además, de esta manera, se salva la disyuntiva entre humanitarismo y securitización: controlar las fronteras y luchar contra los traficantes es la mejor manera de salvar vidas. La responsabilidad de Europa queda nuevamente a salvo. ¿Y quiénes son estos traficantes? Muchas veces ni se sabe. Pero basta con identificar una o dos personas por embarcación para que el orden (esa sensación de control) quede restablecido.
Finalmente, en ese afán de identificar los “malos” de la frontera, desde 2020 ha aparecido un segundo culpable: los gobiernos de los estados vecinos que, mientras colaboran con la UE en la contención de los flujos migratorios y el control de la frontera desde fuera, hacen uso de esa dependencia para pedir cosas a cambio. Ese intercambio de favores, que Europa ha promovido con sus políticas de externalización del control migratorio, se considera “cooperación” cuando es favorable a Europa e “instrumentalización” o “guerra híbrida” cuando los gobiernos de terceros países lo usan como forma de coacción en contra. Los malos han sido regímenes como los de Turquía, Marruecos o Bielorus, cuando con sus acciones u omisiones han empujado a los inmigrantes hacia el otro lado. Considerarlo una guerra, y los migrantes la munición del adversario, permite justificar respuestas acordes, desde ejércitos disparando contra personas inocentes a estados de excepción donde las leyes (nuestras leyes, empezando por las de asilo) no aplican.
El Pacto Europeo de Migración y Asilo (en adelante, PEMA) formaliza esta deriva en cada uno de estos ámbitos. Incluso así, hay una mayoría de estados miembros que ya han dicho que no es suficiente, que hay que plantear respuestas “innovadoras” y fuera del “marco habitual”. Todo ello incluye – como hemos visto con el centro británico en Ruanda o el italiano en Albania – ir más allá de la ley, impugnar la legalidad. De hecho, esta es la verdadera disputa que está teniendo lugar en nuestras fronteras: no solo es una “guerra” contra los traficantes o contra los migrantes en manos de terceros estados; es también una guerra contra nosotros mismos, entre política y estado de derecho, que de seguir así tiene visos de acabar con la muerte de las democracias liberales.
Tal y como nos recuerda la novela de Coetzee, los Imperios no solo matan en sus fronteras, sino que, enloquecidos por esos miedos en el más allá, tienden a sucumbir en ellas. De ahí, sin lugar a dudas, la urgencia y necesidad de este informe.